El 23 de febrero de 1.728 no pasó nada. Fue un día en el que Axel se levantó a las 12 de la mañana, desayunó una manzana y no pudo ir al baño como acostumbraba, porque llevaba varios días estreñido. Mientras miraba a través de la ventana del palacete Riddarhuset, veía a los mayordomos yendo y viniendo. El rey Federico había ido de caza y había decidido quedarse, aunque eso supusiera un suicidio en la corte.
Todos admiraban su belleza y sobre todo ellas, muchachas ricas y tontas que lo único que mostraban era un tobillo cuando subían o bajaban de las carroza. Lo que no sabían es que a él le interesaban más los leotardos de los lacayos que los tobillos de las marquesas.
Duque por nacimiento, estaba destinado a ser uno de los grandes consejeros del rey, aunque su enemistad con la anterior soberano, Ulrica, no le había dejado muy bien parado. Solterón empedernido a sus 37 años todavía se conservaba bastante bien, con un cuerpo atlético y sobre todo esa melena rubia que le daba un aire diferente entre tantas pelucas empolvadas.
Llevaba varios días pensando como hacerlo, pero lo único que se le ocurría era fingir su muerte. Tenía que actuar rápido porque la habitación ensangrentada pronto daría que hablar. "Es el momento". Atravesó el dormitorio dejando al joven Ragnar sobre la alfombra. Había dejado poca sangre pero la suficiente para llamar la atención. Cruzó las puertas azules del palacio y se fue para siempre.
Los que lo veían lo saludaban sin percatarse que el corazón no le latía y su reflejo no aparecía en ninguna de las grandes cristaleras de palacio.
El 23 de febrero de 1.728 fue un día como cualquier otro, no pasó nada, pero ese día fue el principio del fin de Arcadio.
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