Estaban los tres sentados, uno
junto al otro. La niña, de unos 12 años,
en medio de los dos padres. Parecían gente de otro tiempo, de otro mundo.
Gordos por encima de lo saludable, redondos, ni una sola recta en sus cuerpos.
Vestidos en chándal-pijama a la moda de los 80, las mujeres con coletas largas
y rubias, el padre con el pelo sucio y mal cortado. Los tres eran rojos, como
hinchados, como rellenos de crema y chocolate y hamburguesas.
No hablaban, no miraban
alrededor, los ojos fijos en el
horizonte insípido de la ventanilla del metro, con la boca abierta,
embobados en la nada o quizá en algún pensamiento del color de la nada en el que no se puede atisbar, porque hay
gente que parece que no tiene pensamientos o los tienen y se diluyen antes de
hacerse conscientes, como aire.
Yo los miraba sin terminar de
creerme que estuvieran allí, entre ejecutivos y secretarias de tacón alto que
hacían como que los ignoraban mientras los observaban por el rabillo del ojo, indiferentes pero un poco
asqueados por su mirada estúpida, como de vaca, por sus curvas infinitas,
pensando seguramente en todas las patatas fritas que esa familia comía y que
ellas no probaban desde que se miraron en el espejo con ojos nuevos y
crueles a los 14 años.
Y
ocurrió: la niña vio el cartel de propaganda que había en la pared del
metro, donde una chinche gigante amenazaba con invadir las camas del que no
comprara fundas especiales. La niña miró a la chinche, la chinche miró a la
niña, la niña miró a la madre y las dos le señalaron al padre el cuerpo
transparente y desagradable de la
chinche. Los tres rieron con una
complicidad única, de esas que no necesita palabras, como de un secreto que
sólo ellos conocían. Entonces las elegantes ejecutivas miraron con envidia a esos hijos de la verdadera América que no
necesitaban palabras vacías ni ropas de diseño para salir de la soledad de sus
exitosas vidas.
Kontratiempo
Muchísimas gracias Kontratiempo.
ResponderEliminarEs interesante descubrir que la felicidad y la complicidad están en cosas que a otros les puede parecer nimias o frívolas, como por ejemplo hacer unas lentejas en un típico día veraniego dublinés.
Un beso enorme.