Ayer regresando del trabajo en autobús volví, tras casi un año y medio, a llorarte otra vez. Quizá se juntó que era el día más gris que recuerdo en mucho tiempo, o que se acercan estas fechas tan familiares, o qué se yo… El caso es que la nostalgia por lo vivido y que no volverá me engulló y volví a llorar.
En esto casos, lo que yo personalmente recomiendo es dejar la mente volar libre, que viaje cual máquina del tiempo y nos coloqué donde le apetezca, que es siempre donde necesitamos estar en ese momento. Y viajé, viajé mucho.
Volvíamos a estar todos juntos, una Nochebuena más, todos los primos disfrazados haciendo los teatros que se nos ocurrían para los mayores. El sabor de los turrones, mazapanes, mantecados, el sonido de las panderetas (que siempre se guardaban antes y después de cantar en la alacena), el “plop” de la botella de champán que mi tío Miguel descorcha sonriendo, las carcajadas de mi padre y mi tío Kiko… Y tú riendo con ellos al fondo, en tu rinconcito de siempre con tu cigarrito en la mano, más cenizas ya que cigarro (nunca comprendí como hacías para que las cenizas siguieran formando la forma del cigarro sin derramarse, aunque te lo hubieras fumado ya).
Otro viaje me colocó en la salita de tu casa, un día cualquiera después de quedarme a dormir, una mañana cualquiera. Tú me dabas tu cuadernito donde tenías ordenadas y catalogadas las más de 200 películas de tu colección. Yo tenía que elegir cuáles íbamos a ver ese día, siempre tres: una a la mañana, otra al mediodía y otra por la tarde-noche. Yo hacía como el que no sabía qué ver, pero ambos sabíamos que acabaríamos viendo Bitelchus (nos conocíamos hasta los diálogos jejeje). Un día me dijiste que esas películas serían mías. La verdad es que tengo muchas, más que nadie, pero no he querido ser egoísta y les he dejado algunas a los primos, seguro que no te molesta. ¡Ah! al final tenías razón y he acabado trabajando en la tele, supongo que tienes parte de culpa en ello.
Otro viaje me llevó a un día muy, muy feo. Un día en el que fuimos a verte después de uno de esos malditos ataques. Nunca quiero pensar en estos días, pero ese fue especial. Normalmente no te recuperabas del todo, no sé si te acuerdas porque estas son cosas para olvidar, pero muchas veces te costaba hablar o acordarte de cosas, reconocer a gente. Ese día fue especial porque nada más entrar por la puerta escuché tu voz, algo débil, decir “ha venido hasta
También viajé a un día en el que ya estabas encamado, te faltaba poco para descansar por fin de todo, ese día estábamos preocupados porque no acertabas con tu número de hijos (salían más de los que tienes) cuando te preguntábamos que cuántos tenías. Todo encajó cuando cabreado dijiste que sí tenías razón, que Rafael no era hijo tuyo pero como si lo fuera. Realmente mi padre se parece a ti en muchas cosas, sobre todo en las buenas, que son muchísimas. Aunque no en el equipo de fútbol… Mira que salirte más nietos béticos que sevillistas… Anda que no hubieras disfrutado nada con la de títulos que habéis ganado.
En fin, no es plan de llorarte una vez más, sino de reírte, disfrutarte (aunque sea en el recuerdo) y pensarte mucho, que mientras te pensemos nunca te habrás ido. Voy ahora mismo a ver si veo de oferta “Una noche en
Te echo mucho menos. Te quiero abuelito.
Un beso.
Rafael Sánchez Real