La luz hacía un buen rato que se había, ya sólo las bombillas iluminaban el salón de mi casa. Allí, en mitad de la sala, donde hacía tan sólo unas horas descansaba la mesa y el tresillo, se encontraba ahora un catafalco con mi ataúd. La caja de pino y abierta dejaba ver mi cara cerúlea y enferma, fue en ese momento cuando tomé conciencia de donde me encontraba, de quién estaba a mi alrededor y de por qué estaba ahí.
Hacia unos años había redactado un testamento donde dejaba claro como quería que fuera mi entierro, ahora desde el otro lado vigilaba que todo se desarrollara según mis deseos.
Lo primero que hice fue durante más de dos páginas despotricar contra los tanatorios y su frialdad, pidiendo que se me velase en el salón de mi casa, entre cuatro hachones y dos incensarios, con el ataúd abierto y con música ambiental durante toda la noche. Yo mismo había elegido esa música: Verdi, Mozart y Chopin estaban entre los autores elegidos, no faltaba tampoco algunas melodías de John Williams o de Hans Zimmer, ya se sabe que siempre fue un melómano.
En esa posición privilegiada, vi como se preparaba la casa en la penumbra mientras el orto llegaba. En ese instante vi como mis hermanas se preparaban con la ropa que les había dejado, un velo negro les taparía la cara en el trayecto que transcurriría desde mi casa hasta la Parroquia. Una banda de música sinfónica a la que había pagado meses antes me acompañaría este trayecto tocando única y exclusivamente Amarguras, mientras la túnica de nazareno blanca e impoluta se movía en el interior de la caja.
La Parroquia adornada con flores moradas y blancas, estaba a reventar, no esperaba que fueran a ir tanta gente y mi gran sorpresa fue el ver el coro. Algo con lo que había soñado durante años iba a hacerse realidad. Una a una mientras el cura hablaba en latín, las partes del
Réquiem de Mozart fueron resonando entre las blancas paredes de la iglesia.
En ese instante, sin apenas darme cuenta, dejé el sitio hacia un lugar más allá de los sueños. Todo se había cumplido según mis deseos y la eternidad me esperaba.
Amén.