sábado, 31 de enero de 2009
Capítulo 7. El reloj de bolsillo
Abrí el cajón de la vieja peinadora. Estaba igual que siempre, llena de cajitas repletas de sorpresas.
Cuando era un niño, lo prohibido me atraía sobremanera. ¿Qué tendrá ahí la abuela? Yo, como era habitual en mí, me imaginaba que habría espadas, pócimas mágicas, dinero, mucho dinero, porque mi abuela era una guerrera, aguerrida, sin miedo a nada. Era mi abuela, nada me podía pasar cuando estaba con ella. Cada vez que intentaba abrir el cajón, por arte de birlibirloque, aparecía detrás de mí y me lo impedía. Evidentemente mi abuela era maga, sabía donde estaba en cualquier momento.
Lentamente fue clasificando y dividiendo los recuerdos y pequeños cachivaches. Fue descubriendo sus joyas; sus tesoros como las monedas de Isabel II y de Alfonso XIII o sus billetes de la II República; sus recuerdos y ... los del amor de su vida, mi abuelo, pues aunque quedara viuda con veintisiete años, nunca lo olvidaría. Entre estos trozos del alma encontré tres objetos que aparte para mi:
Un anillo cinturón, que tengo ahora en el dedo.
Un collar con el escudo de la Hermandad del Rocío de Triana, que tengo en mi pequeña caja de recuerdos.
Y el más importante, un reloj de bolsillo con las iniciales de mi abuelo, que voy a guardar en mi corazón para recordar, que el amor supera al tiempo, a la muerte y a la eternidad; para recordar, que el amor es inmortal.
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