miércoles, 9 de septiembre de 2009

Capítulo 73. Ruinas.


Al leer la carta no pudo reprimir las lágrimas. Era breve y concisa:
Querido hijo:
El pasado domingo nuestra casa fue destruida en un bombardeo. Tu madre y tus dos hermanas han muerto.
Tu padre.

Gustav se fue de la era donde descansaba junto con los demás muchachos de las Juventudes. Desde hacia unas semanas había abandonado Könisberg para servir a la Madre Patria, a mayor gloria del Führer. A sus catorces años Hitler veía en él la esperanza del Reich que estaba predestinado a durar mil años. En agosto comenzaron a cavar las trincheras que evitarían que la bestia roja traspasase las fronteras de la Prusia Oriental. Semanas de trabajos futiles y sin sentido de unos jóvenes lobotomizados por la máquina propagandística goebbeliana.

El camino de regreso a Könisberg fue en silencio.
¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Dónde está la grandeza alemana?
Todo parecía distinto de cuando cuatro años atrás el ejército nazi creó la Gran Alemania. En esos pensamientos estaba Gustav cuando paró el coche paramilitar_Hasta aquí podemos llegar. Las demás vías a la ciudad han sido destruida por esos cabrones de la RAF_dijo el joven conductor de las SS.

Desde donde le dejó el coche hasta su caso andó perdido entre los escombros. Al llegar a la calle Kant recordó las historias que su madre le contaba del famoso filósofo que nació en esa casa que ahora sólo eran ruinas. Su casa no estaba lejos pero la sensación de ver la isla con la Catedral destruida, las casas de sus amigos haciendo equilibrios para mantenerse en pie y la sensación de hundimiento pudieron con él.

Gustav Hamann [18-08-1930 / 09-09-1944]
Otra de las víctimas de Adolf Hitler

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