lunes, 24 de agosto de 2009
Capítulo 71. El fuego
-Hermana, el fuego se acerca.
Una celda rectangular era testigo de una conversación atípica en una comunidad conventual donde al voto de silencio se le unían los de pobreza, castidad y obediencia.
Las campanas desde hacía unas horas no paraban de tañer insistentemente anuciándole a los apenas trescientos habitantes del pueblo el peligro que se aproximaba.
-A llegado la hora, Sor Eunice. Sacad las reliquias.
-¿Todas, Reverenda Madre?
-Todas.
La oración que a continuación se escuchó, no sólo sorprendió al resto de la comunidad femenina de la theotokos del Arca Santa, sino que se escuchó en todo el valle de las petaloúdes.
Como si de una llamada primitiva se tratase, a la voz grave y desafinada de la octogenaria Madre Helena se le fueron uniendo poco a poco las restantes setenta y seis voces que vivían allí.
En ese segundo donde la armonía sustituyó al caos, el revuelo provocado por el cielo naranja despareció y una fila ordenada por antiguedad comenzó a descender los treinta y tres escalones que llevaban a la cripta de la capilla bizantina. Un gigantesco pantocrátor señalaba la mandorla en donde ningún humano había puesto su mano en más de quinientos años. Desde 1453 el dorado del arca no había visto la luz del día.
Doce hermanas se dispusieron en el centro de la cripta. El ambiente cada vez más irrespirable dificultaba la respiración de las monjas más ancianas, pero el ritual ensayado pero nunca realizado siguió su curso. La Reverenda Madre comenzó a romper la primigenia forma de la mandorla, sagrada cavidad por donde surgió la vida.
El esfuerzo físico unido a la edad hicieron de esta pequeña tarea un sufrimiento que se transformó en una demora innecesaria.
Tras caer el último ladrillo la campana dejó de sonar. Eso sólo podía significar que el fuego había alcanzado el convento. Sin inmutarse por ello, las hermanas Lea, Raquel, Bilha y Zilpa en una especie de danza oriental consiguieron romper un velo ennegrecido y en otros tiempos púrpura, que se interponía entre la cripta y la habitación hasta ahora tapiada.
La última oración sirvió para que las doce hermanas que hasta ese momento se encontraban calladas en el centro de la cripta comenzaron una procesión hacia el interior de la habitación. De igual manera, las hermanas más jóvenes iniciaron otra marcha en sentido contrario subiendo los escalones que les llevaban a la iglesia.
Cuando las doce porteadoras salieron de la cripta la Madre Superiora arrodillada con voz grave recitó la oración transmitida de generación en generación:
"Tú eres el Arca de la Alianza. De tí nació lo Nuevo y Eterno que fue entregado para el perdón de los pecados".
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